Recuérdenme a solas, en modo silencio y ausente. Recuérdenme sin la necesidad de escribirlo en vano. Y si pueden olvídenme. Pero nunca olviden voltear a ver los atardeceres coloridos.
No tengo mucho qué decir, ni qué escuchar, la ausencia siempre abunda y la presencia ya no colorea; las letras hacen garabatos de palabras con nulo significado pero con sobredosis de sentimientos. Sentimientos que se desbordan en textos nunca escritos y se guardan en el nudo que se atora en el pecho.