Las derrotas más fuertes siempre las he llorado con las manos. De repente tengo días en los que quiero abrazarme, no me alcanzo y termino automedicandome nieve de chocolate, porque a veces cuando las cosas no van bien, me las como. Me engaño precioso y termino debiéndome fe.
Al final, me quedo con esa experiencia amarga de que las cosas nunca fueron como las esperaba sino como las temía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario